jueves, 19 de mayo de 2011

21-10-11 MONTREBEI: LATIN BROTHERS en la PARED de CATALUÑA.

LA CHICA DE OJOS VERDES

“Cuando sea mayor escalaré la Latin”.
Eso pensé a los treinta y pico años. Y el deseo fue como una semilla que esperó a que llegara su momento para germinar.

Bajamos del autocar en Pont de Montañana. Ella me dijo: “Es por aquí.” Seguí sus ojos verdes y su morena melena rizada. Era toda frescura, toda espontaneidad, toda sentimiento a sus dieciocho años. Me enamoré de ella lentamente, sin darme cuenta.
Anduvimos una hora larga por una carretera en ascenso. Íbamos al congosto de Montrebei, un hermoso lugar. En un breve momento en que escapé al hechizo de su compañía, me di cuenta de que el estrecho, visible en la distancia, se iba quedando al sur. Andábamos rumbo este. Corregimos el error y tomamos la pista correcta. Ésta bordeaba el río durante varios kilómetros.

Pasaba la tarde mientras, con dos mochilas bien cargadas, enfilábamos nuestros pasos hacia el desfiladero labrado por el río en la montaña.
Ella había dicho:”Es un sitio precioso. Podemos pasar el fin de semana.” Era nuestra primera salida juntos; tenía que ser a las montañas.

Ropa de abrigo, sacos de dormir, aislante, kit de supervivencia, frontales, un pollo asado envasado, una botella de vino, una petaca de whisky. No sé dónde creíamos que íbamos. Ya habíamos acampado antes o dormido en un refugio. Llamémoslo inconsciencia o despreocupación. Jóvenes y enamorados, el peso no importaba, lo adecuado tampoco.

El camino se hizo senda tras pasar un puente colgante sobre un barranco. Las sombras se estiraban, la luz anaranjaba mientras, sin dejar de conversar, cruzamos el fantástico pasaje de la roca vertical. Dos caras de roca separadas por un río que fluye abajo, muy lejos. Parece que se quieran besar de lo cerca que están. Una senda labrada en la roca, colgada sobre el vacío.

“Lo he encontrado. Estaba a cinco minutos de aquí.” Ella ya no le escuchaba. Agotada, apoyada en su mochila, sentada en el camino, se había quedado dormida.
Él se había adelantado a ver si encontraba el refugio. Y así éste les acogió, ya de noche cerrada, sin que apenas pudieran observar, noche sin luna, el lugar donde se hallaban.
Hicieron fuego en el hogar. Cenaron en un banco frente a él. Hablaban de ellos mismos mientras el fuego dibujaba sombras en sus caras. Ojos encendidos como ascuas. Luz y sombra. Ilusión y cansancio. Era su primera noche juntos.

La arropó con su saco sin hacer ruido. Luego echó leña al fuego. Al poco de cenar se empezó a encontrar mal, tenía fiebre. Se tomó un termalgin y una infusión caliente y se metió en el saco.
Aún le quedaron fuerzas para beberse, a cortos tragos, un vaso de vino mirando a las llamas. Luego se tumbó en el otro banco, con la hoguera entre los dos.

A la mañana siguiente conocieron Montrebei. Un lugar imponente, majestuoso. Un colosal anfiteatro natural. Dos enormes farallones de roca que bajan a encontrarse al río. La pared de Aragón y la de Cataluña, separadas por la corriente.
Un sendero atraviesa la montaña bordeando el estrecho. Fue labrado en la roca a base de dinamita. Al hacer el pantano de Canelles el antiguo camino había quedado inundado por el agua. Algo más al sur, entre pinos y encinas, mas Carlets, donde habían dormido.

Esa fue la primera vez, hace 20 años, que fui a Montrebei. Luego hubo otras. Conocí la magia de la puesta de sol que tiñe las rocas de naranja. Atravesé el sendero colgado una noche para ir a ver a unas amigas que pasaban la noche en el refugio. Más adelante empecé a escalar y descubrí que aquellas enormes paredes grises y rojas eran surcadas por rutas.

Leí un libro de Antonio García Picazo donde describía las vías de escalada de ambas paredes y los nombres de sus distintas partes: el brazo de Perseo, el Mástil Mayor, la columna de Orión, los Horrores del Montsec, el Pilar Sensible, la columna de Hércules… nombres míticos, que evocan la leyenda y el carácter titánico del lugar.

         “…desmedida, trascendente…la visión es de cegadora belleza, con sus repisas, algunas de ellas colocadas al pie de sus cuevas colgantes y con su magia, que actúa en nosotros con el habitual encanto, silencio y poesía de las más fulgurantes fortalezas rocosas.”
Así describe Picazo, el escalador más lírico, enamorado del lugar, las paredes de Montrebei.

Ni por asomo se me ocurrió que algún día podría escalar en un lugar así.
Además de la leyenda está la realidad: Montrebei es un reducto de la escalada limpia, abierta desde abajo y con las menos expansiones posibles. Escalar allí no es fácil, aunque tampoco hay que ser un superhombre, como dijo Manolo el Grande. Era un escalador habitual de Montrebei que acuñó la frase: “Terradets es para los niños, Regina para los hombres y Montrebei para los superhombres.”
Lo dijo porque, al contrario que en Montrebei, en Terradets la mayoría de vías tiene una línea de parabolts para que los escaladores se aseguren.

Antes o después, siendo escalador, anhelas trepar en Montrebei. Llegó la primera: con Xavi, mi compañero de cordada de toda la vida, fuimos a la Paul-Lalueza, una asequible pero interminable chimenea. Previamente él la había intentado con un amigo inglés pero se bajaron.
Con Nick, un amigo de Foradada, escalador tranquilo y resistente, hacemos un ataque sistemático a algunas de las rutas clásicas fáciles: Diedro Gris y Diedro Audoubert en la pared de Cataluña, CADE y Santiago Domingo en la de Aragón.

Esta última llamada con el nombre del último habitante del abandonado pueblo de l’Estall. Un hombre que hablaba con cualquiera que pasara por su pueblo, necesitado de compañía y afecto. Muchos escaladores se los dimos antes de que se lo llevaran a una residencia de Barbastro.
Volvimos con Bernat, también de Foradada, un gran escalador alpino, a la Miramunda. 


Con Xavi de nuevo hicimos la Montse Clotet, la hija del Paca, que le puso su nombre a la vía. Este escalador llama a sus vías “La festa del Paca” y tiene una abierta en casi cada pared de Cataluña. Roger, el comepiedras, dice que es la única fiesta en la que las cervezas se beben cuando se acaba. Con él subimos la Delfos, otra ruta clásica de la pared de Cataluña.

Tras esas ascensiones me creí listo para intentar la Latin Brothers. Conocía el carácter montrebeiano clásico, con sus fisuras y diedros, donde la oposición y los pasos atléticos suelen ir de la mano. Le había perdido el respeto al mito a base de dejarme –literalmente- la piel en sus rugosidades, haciéndolo mío.

Necesitaba alguien con buena técnica artificial, que yo no tengo: hay dos largos en la vía que deben superarse de ese modo. En escalada hay dos maneras básicas de ascender: en libre, es decir, valiéndote sólo de tu cuerpo para subir. Los seguros se colocan para proteger de una posible caída. En artificial, bien por la gran dificultad o el mal estado de la roca, el escalador emplea los seguros, colocados por él o fijos, para progresar.
Así debía hacerse en esos dos largos de la Latin.

Entonces apareció Jota. Me llevó a practicar artificial varias veces, para enseñarme. Se mueve con desenvoltura en el galimatías de uves, bongs, plátanos, universales y extraplanos (tipos de clavos). Practicamos en alguna vía larga. Viendo lo suelto que iba, le propuse hacer la Latin.
Aceptó. Para él los artficiales. Para mi los tramos libres más duros. Ese era el trato. Cada uno creía poder con lo suyo.

21 de mayo del 2011. 4:30 de la mañana. El despertador iba a sonar a las cinco, pero ya estoy repasando el material que preparé anoche. Dos litros de agua en la nevera. Plátano ( de los de comer) y barritas energéticas. Pantalón corto, camiseta clara. Crema solar. Algo de abrigo ligero para primeras horas. Cuerda, diez cintas largas, juego de camalots hasta el 4 con el 1, 2 y 3 repetidos. Aliens, los que tenemos. Juego de tascones medianos-pequeños. Un estribo. La fifi. Magnesio por si sudan las manos. Pies de gato. Casco. Frontal. Mochila. Reseña de la vía, la del Luichy y alguna más. Deportivas ligeras. Muda para dejar en el coche. Buena previsión de la meteo. Depósito del coche lleno.
Todo pensado y preparado con la precisión de una gran ascensión. Como si fueramos al Himalaya por un día, cerca de casa.

Media hora de aproximación a la pared. Aún tumbado en la cama, la mente sigue su camino. Tras ello, 500 metros de ruta: entre 8 y 11 horas de escalada según subamos de rápido. Para acabar, hora y media de regreso al coche. Sarna con gusto no pica, pero mortifica.

La razón del madrugón es tener horas de luz por delante, ahora que el día alarga. Procurar evitar además las horas de más sol. Antes de las 7 ya es de día y a partir de la 1 el sol da de lleno en la pared. Para entonces confiamos en estar en los largos de artificial, donde por fuerza habrá que frenar la marcha.


El alba de rosados dedos nos encuentra sobre nuestro corcel de hierro, con los trastos en el maletero. Pasamos Àger, remontamos la pista hasta un campo donde acaba. Desde allí se ve ya la pared con las primeras luces del día. A las 7 en punto empezamos a andar con todo lo necesario encima.

Pasamos bajo cordadas francesas en la Nazgul y la Diedro Audoubert: empiezan ahora. En nuestra vía hay alguien en la primera reunión. A pesar de la temprana hora se nos han adelantado. Eso quiere decir adaptarnos a su ritmo y la posible caída de piedras.

Les saludamos. Nos dicen que hacen la vía Incrèduls. Así nos quedamos nosotros por la suerte que hemos tenido. Su ruta se desvía de la nuestra justo donde están ahora. Vía libre.



Desplegamos las cuerdas y ordenamos el material junto a las letras LB picadas en la pared. Jota asciende un primer largo corto y fácil. Le sigo y avanzo, en una tirada que sucesivamente asciende y flanquea a la izquierda varias veces, la última por una bella fisura. Alcanzo a la otra cordada. Son de Terrassa.

Monto mi reunión sobre la suya y al poco marchan pared arriba. Sus voces nos irán acompañando durante toda la ascensión.

En estas primeras tiradas la vía va ascendiendo por una serie de diedros y fisuras interrumpidos por estrechas repisas. La línea más lógica asciende a la izquierda, uniendo tramos horizontales. Es como una sucesión de escalones gigantes.




Una sensación de ahogo nos invade, como si hubiera mucha humedad en el ambiente. Es temprano pero no hace frío. Si más tarde no sopla la brisa vamos a ser dos tostadas. Por ahora la pared nos protege con su sombra.

Al otro lado del río la pared de Aragón se extiende como un lienzo gigantesco colgado del cielo. El sol que entra por el estrecho le ilumina los relieves, destacando las aristas y los pilares. En su centro, aún en la sombra, una barrera de techos rojizos. A sus pies, separado de la pared, el barranco limpio de vegetación que canaliza el agua cuando llueve. Detrás de la muralla, oscuro, el macizo del Turbón. Si nos ponemos de puntillas vemos una montaña triangular nevada a la izquierda. Parece el Posets.



El cuarto largo supera un techo a la derecha y sigue por un diedro en rampa, con oquedades en su centro para las manos. Es un típico pasaje montrebeiano, donde debes usar todas tus tretas de equilibrio, posicionamiento y lectura de los pasos. Asegurarte donde estás cómodo para emplazar un friend o un alien. Tas una corta travesía a la izquierda con un arbolillo encuentro la reunión, con dos parabolts.




Recientemente la vía sufrió un reequipamiento (cambiaron los buriles de las reuniones por parabolts) que a algunos no gustó; así que la desequiparon, la volvieron a equipar con menos material y ahora nadie sabe del todo cómo está la vía. Vamos descubriendo a lo largo del día que, aunque no todas las reuniones tienen parabolts, todas tienen al menos dos seguros de los que parece que te puedas fiar, sea un clavo, un buril, una sabina, un árbol o un parabolt. Tan sólo reforzamos con un friend la R8, bajo el primer A1.



Jota encabeza una tirada con un techo de 6a. Al superarlo, le patina un pie y descarga todo su peso en la mano derecha. La da un fuerte tirón y siente dolor. Se recoloca y decide seguir aunque le duele. Lo propongo pararnos y pensar qué hacer. Ni me contesta.



Dos largos algo más sencillos nos dejan bajo el primer A1. Jota coge todo el material y empieza a subir tranquilo por una fisura con la roca algo rota. Coloca un tascón, lo asegura, pone la fifí, se cuelga, pasa el estribo y descarga el peso en él. Va alternando una cuerda en cada seguro.



































Le miro avanzar lentamente con su ciencia de la paciencia, preciso en sus movimientos, atento a repartir el material entre los metros que le quedan. El sol va ascendiendo lentamente por la pared, como si fuera otro escalador que viene a reunirse con nosotros. Cuando Jota canta reunión para que suelte las cuerdas, el primer rayo de sol toca mi casco. Son la 1 en punto.

Subo. Secretamente albergaba la idea de probarlo en libre. Voy encontrando asideros mientras recupero lo que Jota fue poniendo. Bailo a un lado y otro de la fisura, buscándole las formas, empotrando mis dedos. A pocos metros de la reunión tengo que desistir: los brazos no me aguantan y viene el paso más duro, al que no acierto a verle el modo de franquearlo.




Descanso en la reunión. Jota se duele de la mano.Le cuesta izarse con la derecha, me pide que le proteja bien los pasos. Así lo hago y tiro un breve largo hasta una repisa que atraviesa la pared horizontalmente. Él la sigue a la derecha, yendo a buscar una fisura que nos llevará a los muros superiores.
Empezamos a estar cansados, a pesar de haber ido bebiendo y comiendo algo en los descansos. El día es espléndido, un suave viento nos acompaña. Las nubes blancas se recortan contra un limpio cielo azul empujadas por la brisa del oeste. No hace calor pero llevamos ya muchas horas en la pared.

Llegamos al siguente largo de artificial. Hace rato que sabemos que será más fácil salir de la pared por arriba que por abajo. Hay menos distancia y las maniobras para hacerlo son menos arriesgadas. Éste puede ser el escollo final, la llave para librar la vía y salir, como marineros que van a otear el horizonte, a lo alto del Mástil Mayor.

Jota se aplica, dice que un trato es un trato, le duela la mano o no. Coloca un primer friend en la fisura, lo encinta, pasa la cuerda. Se coge a un reborde rocoso, coloca otro friend. Ve la roca algo suelta. "Supongo que aguantará..." dice. Lo encinta, se cuelga de él. Pone el estribo y cuando iba a ascender... le veo pasar a mi lado hacia el vacío. En décimas de segundo, sin tiempo de reaccionar ninguno de los dos. Sin saber cómo, me encuentro izado hasta la reunión. Cuando le miro, cuelga cabeza abajo tres metros más allá.
"¿Estás bien?" le digo, tras revisar el seguro y los anclajes. "Sí," dice girándose, "se ha roto la roca." 

El primer friend que colocó le ha parado la caída. Se reincorpora, mira que todo esté en su sitio. No se ha hecho daño. Vuelve a subir. Todo queda en un susto.


Un buen rato después consigue salir del estrechamiento final de la ancha fisura y se cuelga de un clavo allí emplazado. Enlaza varios pasos seguidos ayudándose de unos cordinos. Por fin, sin haber colocado ni un clavo de los que lleva, llega a la reunión.

La certeza de sabernos capaces de salir por arriba nos hace invertir las pocas fuerzas que nos quedan. Cogiéndome a todo lo que emplazó y recogiéndolo me reúno con él. Ahora me toca a mi: flanqueo una placa fina a la derecha. Se ve el final de la pared en lo alto, no queda mucho. En estos últimos largos la roca no es muy firme, hay que tantearla con cuidado, pero las dificultades desaparecen. Tan sólo hay que mantener la cabeza fría, no dejarla emborracharse de cansancio, que quiere acabar de una vez, y andar con tiento buscando el camino más sólido.
 


Monto reunión en un árbol después de un zig-zag. Jota me sigue. Veo su cabeza ascender entre matojos, con el gran vacío a nuestros pies. El sol brilla en el agua, lejos, allá abajo.


El último largo flirtea con una fisura-chimenea para dejarme suavemente en la cima. Recupero las cuerdas. Tengo ganas de sentarme y quitarme los gatos que me están torturando, pero más ganas debe tener Jota de pisar suelo horizontal.


Cuando llega a la cima nos abrazamos. Agotados pero felices. Son las 7 en punto de la tarde. Una hora redonda para acabar una gran vía. Larga y dura, bella y sinuosa.

La tarde se vuelve tranquila una vez nos sentamos en la cima. Hay nubes grises sobre el Pirineo, pero el sol brilla al oeste.

No nos demoramos mucho en la cima. No creíamos acabar tan tarde. Queda un buen rato de andar hasta el coche.


Doblo las cuerdas con la mirada perdida en el horizonte. Repaso los momentos más intensos, los que han quedado grabados en mi memoria: la incerteza de los primeros largos, el no saber si seguiríamos el rumbo correcto o si la vía nos quedaría grande; la belleza del tercer largo, una fisura anaranjada, bien protegida, de bellos gestos para franquearla; la dureza del cuarto, mantenido, con pasos atléticos, de reservar fuerzas y autoprotegerse cuando se está bien colocado; el cielo limpio todo el día, nubes blancas surcando un brillante paño azul; la ascensión de Jota de tascón a friend o al revés: paciente, firme, sereno, seguro de sí mismo, sin poner un clavo, a pesar del dolor en la muñeca, a pesar de la caída; la suave rugosidad de algunas placas grises con surcos labrados por el agua; un árbol centenario que hunde sus raíces en la pared, viviendo del aire, de la luz, de la lluvia que se desliza por ésta; finalmente la llegada a la cumbre, tan distintos a los que hace mil horas empezaron la vía...sin ganas de celebrar nada.





Al día siguiente un sarpullido cubrirá mi brazo derecho, mi pecho, mi barriga. ¿Alergia? Mi cuerpo me dice que he tenido sobredosis de aventura. Empacho de escalada. Montrebeitis.
El cansancio, los granos, las rascadas me durarán varios días. A la vez una creciente sonrisa iluminará mi rostro al recordar la roca naranja, el azul del cielo y el viento en el pelo.


Miro desde lo alto de la pared. Veo el tejado de mas Carlets entre los árboles, junto al sendero que serpentea abajo. Recuerdo aquella primera noche en Montrebei con la chica de ojos verdes y melena rizada. El brillo en sus ojos. La emoción en sus palabras. ¡Qué distinta fue la noche a cómo la había imaginado!. Tantas veces me ha ocurrido luego en la vida, que las cosas no han sido como creía. La realidad siempre se impone sobre lo imaginado. Y todo es digno de ser vivido.


¿Dónde estará ahora? ¿Qué hará la chica de ojos verdes? Tal vez no tenga la emoción ni la ilusión de antaño. Tal vez sea una hermosa mujer madura, más delgada que antes, sin su bella melena morena. Tal vez ahora tenga el pelo corto y más canas que antes y esté algo baqueteada por la vida, buscándose a sí misma.

Tal vez haya alguien que la quiera, tal vez no del todo como ella quisiera. Tal vez se hayan ido haciendo el uno al otro como el árbol de la vía, nacido en una grieta, moldeado por los huecos en la roca, por la luz y el viento.

Tal vez menos brillantes sus ojos pero más profundos. Tal vez más silencios entre ellos pero más preñados de sentido. Tal vez enamorados pero no como creían que era el amor. Tal vez le haya dado aún más amores que el suyo, los de dos cuerpos pequeños y tiernos, que van creciendo junto a ellos. Dándoles tanta vida.


Tal vez esté paciente con ellos mientras él escala. Comprensiva, entendiendo que a veces se siente como un pájaro enjaulado en la rutina y necesita el sonido del viento en sus oídos, la luz del espacio infinito en sus ojos, el tacto de la roca áspera en sus dedos, el sabor de la libertad.


Tal vez preocupada por si le pasara algo, por si no volviera, cómo podrían ellos entenderlo. Tal vez comprenda su pulsión, su anhelo, cuando él regresa, con los ojos brillantes como aquella primera noche frente al fuego, con la sonrisa en el alma, tan lleno de vida y tan deseoso de contarla.


Tal vez más calvo, más silencioso que antes, más esquivo, por que también la vida le ha quitado color y brillo, como un cordino al sol en un puente de roca.


Tal vez se encuentran aún, en el fondo de sus ojos, cuando se miran, aquel aprendiz de escalador y aquella aprendiz de poeta y su amor vibra en la mirada. Tal vez se hagan viejos el uno junto al otro y su amor siga brillando, fugaz pero intenso, ahora que comparten otros amores además del amor por las montañas.