martes, 17 de enero de 2012

ARISTA ARCARONS en MONTSERRAT. (5-12-2011)



A mediados de los años 70 un grupo que se conocía como los Piratas empieza a marcar un rumbo diferente en la escalada montserratina. No fueron los únicos que plasmaron en la roca una manera diferente de hacer las cosas, pero sí los más representativos. Se caracterizaban por ser muy jóvenes, alrededor de los 20 años, vestir un jersey negro con una franja blanca y llevarse consigo los pitones al repetir las vías clásicas de la época: de ahí lo de piratas. Al acabárseles las vías antiguas comienzan a abrir nuevas vías animados por un espíritu distinto a lo convencional en la escalada. Hay que decir que lo convencional representaba aprender de los mayores las técnicas clásicas de pitonaje y burilado, muchas veces en progresión artificial, con mucha paciencia, e ir repitiendo los trazados para coger experiencia. Pero estos jóvenes autodidactas querían aprender rápido y no seguir el camino trillado: aspiraban a forzar en libre los grados de las vías ya abiertas en artificial; podían y debían escalar más rápido y mejor que sus predecesores. Comienzan, algo que no se había hecho hasta ahora, a entrenar para conseguirlo. Asisten a la llegada de los primeros pies de gato que revolucionan el mundo de la escalada con su ligereza y adherencia. Aparece el 8, la fifi, las primeras y toscas cintas exprés, los más seguros arneses de cintura… a lo largo de esa década y la siguiente. Los Piratas emplean paulatinamente todo ese nuevo material y lentamente comienza a fraguarse aquí la filosofía de la escalada limpia, ya practicada en Inglaterra y Estados Unidos. Llegan además los “nuts” del mundo anglosajón ( “tuercas” porque eran lo que se encastaba literalmente al principio, luego evolucionaron a los modernos bicoins y tascones). Estos jóvenes escaladores se rebelan contra las técnicas del pasado y rompen con la tradición: sustituyen con nuevos artefactos a los buriladores y primeras expansiones y protegen la escalada de una caída con estos encastadores que son retirados por el o los segundos de cordada. Dificultad y exposición les caracterizan.
Llega un momento en que la inventiva y la originalidad dan paso a casi cualquier cacharro que pudiera ser ideado para colocar en una fisura y asegurarse: tuberías y gatos de coche son alternados con los más ortodoxos buriles y tacos de madera para superar los pasos más difíciles. Se apura el grado hasta límites insospechados y se condena la perforación innecesaria de la roca.
Toda esa nueva manera de escalar proviene especialmente de los Estados Unidos, concretamente de Yosemite, donde ya hacía años que se practicaba ese tipo de escalada. Se introduce en España gracias al libro Climb!, de Bob Godfrey y Dudley Chelton  que sorprende a los escaladores monserratinos por el uso del magnesio, la superación de grandes techos en escalada libre y el encordamiento a la cintura. En la revista “Mountain” los Piratas ven a Ray Jardine escalando un famoso techo llamado Separate Reality ayudándose de unos artilugios con levas llamados friends de su invención. Esos jóvenes piratas, contestatarios y desafiantes, adoptan el nuevo estilo y dejan además de nombrar las vías con el nombre de su sección de escalada o el de los primeros ascensionistas e introducen las referencias a sus ídolos musicales o de otro tipo. La rebelión se palpa en los nuevos nombres: Electric Ladyland, Easy Rider, Magic Stones, Cósmica, Flipp Matinal…

Nombrar los componentes del grupo de los Piratas es como recitar algunas de las más bellas vías de escalada de toda Cataluña y sus aperturistas: Joan Altamira "Araña", Miquel Arcarons, Armand Ballart, Pere Camins, Josep Carbonell "Buril",Germán Folch, Joan Carles Grisú, Sergi Martínez, Claudi Mena, Fredi Parera, César Pérez Hurtado, Antonio García Picazo, José Rodríguez "Rodri"…entre otros.

 Dentro de su filosofía se enmarca el abrir vías de dificultad al estilo clásico. Éste es el caso de la arista Arcarons, ascendida el 1 de noviembre de 1978 por S. Martínez, J. C. Grisú. A. Ballart, J. Borrut y M. Homs. La vía pronto cobra renombre y se reviste de una aureola de misterio que hace que su ascensión se haga con mucho respeto. La razón no es su dificultad, un V+ monserratino, sino la escasez de seguros fijos y la poca opción de autoasegurarse incluso recurriendo a los locales merlets. Eso corre de boca en boca. La verdad es que a pesar de ser una vía mítica, a lo único que hay que temer es al miedo imaginario: la realidad de la vía es sencilla encarada con un poco de frialdad.



Ya el lugar es una auténtica maravilla. Cuando se asoma la nariz al collado de l’Ajaguda (la aguja Recostada, aquí cada aguja tiene nombre propio) ya se percibe la delicia del lugar al que nos abre las puertas dicha escalada. Delante nuestro un valle escondido en mitad de la sierra, labrado por el agua del torrent del Migdia. En sus flancos, la Cajoleta con la Petita Arán y otras innumerables agujas o farallones colgando de los balcones de las mirandas. Al fondo, recortados contra el cielo, como delimitando un espacio escondido que de tan magnífico parece irreal, los Ecos y la cima de Sant Jeroni. A nuestra izquierda mirando al Norte se yergue una mole rocosa redondeada, el Half Dome catalán, el achaparrado Montgrós. A su lado, sin necesitar explicación, la formación dels Plecs del Llibre (Los Pliegues del Libro). Hasta un niño relacionaría ese nombre con esas peñas. A la derecha, el camell de Sant Jeroni, también fácilmente reconocible por su nombre. Todo es adecuado y sencillo de nombrar aquí.
Eso si llegamos por el Sur, como hicimos nosotros. Si llegamos por el Norte, tras una buena subida el collado de Migdia nos abrirá las puertas de un barranco solitario rodeado de agujas esbeltas que nos harán levantar la cabeza. Tendremos que descender por un espeso bosque de encinas, tejos y bojes para encontrar la cerrada senda que nos conduce a los Plecs del Llibre. Allí, mirando hacia lo alto, veremos una redondeada arista rocosa empinada que surca el espacio como si fuera la columna que sujeta el cielo. Justo por ahí sube la arista Arcarons, sin salir nunca del camino más sencillo, obvio y lógico. En esta escalada la intuición y el sentido común van completamente de la mano desde la base hasta la cima.



Mi compañero Jota y yo nos ponemos a lo nuestro, que es escalar. Tras más de hora de aproximación por el camino de los franceses ya teníamos ganas de ponernos los pies de gato. La vía está reequipada con parabolts respetando los antiguos seguros: donde había un antiguo buril se ha puesto un nuevo seguro. Encara él el primer largo algo inquieto porque la primera anilla se ve muy alta: es lo que tiene venir a hacer vías de los Piratas. Asciende la arista por su izquierda ayudándose de una fisura que delimita el siguiente Pliegue del Libro. Coloca un friend en un hueco y asciende hasta un saliente donde encuentra un primer seguro, anterior al que habíamos visto desde el pie de vía. Ya más suelto aborda el resalte rocoso con solvencia hasta ver la primera reunión, que monta en un plis-plas.



La cuerda sube hasta mi extremo, atado al arnés. Sopla un viento frío y molesto aunque la roca está tibia del sol de la mañana. Le alcanzo y hablamos: si sigue soplando puede desequilibrarnos más arriba. Decidimos seguir otra tirada y allí pensaremos que hacer. Puede más la voluntad que la incerteza.
El segundo largo comienza con un flanqueo a la derecha, se asciende, una ligera curva a la izquierda y una buena tirada por el centro del espolón con un par de seguros. Coloco el alien rojo y el camalot lila además. Subo tranquilo, constatando la solidez de la roca, cada piedra está fuertemente anclada al cemento que une el conglomerado. La pared es abrasiva, adherente, caliente al tacto, parece viva. Los dedos la envuelven con suavidad y fuerza, buscándo la mejor manera de aferrarse a ella, como una caricia firme. Voy mirando los cantos, cada uno distinto, de materiales diversos, desde pequeños garbanzos de cuarzo blanco hasta grandes bolas granuladas de arenisca. Todos sirven para poner la afilada punta de mis zapatos o las yemas de mis dedos y apuntalarme suavemente para ir subiendo.



Canto reunión y recupero la cuerda. El aire ya no me molesta, y no sé porqué pero tengo la certeza de que haremos cima. Vuelvo a tirar yo, hemos intercambiado largos con Jota, tras un breve lío con las cuerdas. Subo por el tobogán convexo que es todo el espolón del mismo modo que he ido haciendo hasta ahora: lentamente pero sin pausa, con pasos cortos, bailando con la roca a un lado y otro, ahora cogidos de esta mano, ahora de la otra. Me aseguro a la anilla y sigo moviéndome, como dos enamorados en la pista de baile, ajeno al cielo azul y las agujas que van quedando a mis pies.
Nubes despeinadas pasan cabalgando en la brisa. Sube Jota con eficacia y se une a mí. Ahora le toca a él.



Es un tramo vertical y fino que resuelve yéndose a la derecha y luego navega entre las rugosidades que emergen de la pared. Le cuesta ver la reunión porque está más a la izquierda del centro de la arista. Antes ha colocado un par de merlets enlazando las piedras que sobresalen con un aro de cuerda: él aprendió a escalar aquí, en Montserrat. Me reúno con él en la reunión algo después.
Saludamos a Vicky que nos ha acompañado todo el camino: la vemos pequeñita en el collado de l’Ajaguda. Nos quedan dos largos fáciles para acabar la vía, pero luego hay que leerse todo el Libro: crestear por encima de todos los Pliegues para ir a buscar el Montgrós, subir a su cima en un par de largos más y descender por su vertiente norte, donde está el camino.



Llego fácilmente a una reunión de buriles montada en una pequeña bauma (hueco) de la pared. Monto reunión en ellos y en uno de los dos paraboles cercanos que ayudan a superar la panza que nos dejará en la cima. En ese seguro y el contiguo han dejado dos mosquetones: alguien debió rapelar la vía por las razones que fueran. Como aprendices de pirata nos los repartimos y llevamos. Eso dice la ley no escrita de la escalada: todo lo que encuentres en la pared olvidado por otros ascensionistas es tuyo. Jota supera la última dificultad y llega a la cima siguiendo el camino más fácil, que lleva a la derecha de un desplome. Me reúno con él y nos felicitamos por la vía conseguida.


 Para descender nos acordamos de que algunos libros llevan un cordel para marcar la lectura y usamos nuestra cuerda para descender del libro. Lo que hacemos es rapelar hasta una primera brecha, que separa el lomo superior de los pliegues siguientes.
Ascendemos unos metros por dentro de la hendidura hasta un árbol. Monto reunión y aseguro a Jota, que se va cresteando hacia el este. La operación se repite a la inversa: el monta reunión en una sabina, unos metros más allá y me asegura mientras me acerco a él, le adelanto y cuando encuentro dónde asegurarle volvemos a empezar.
La cresta no es muy larga ni muy aérea, pero toma su tiempo encontrar el camino adecuado, a veces por el amplio filo, otras más a la derecha.
Superamos de ese modo todos los pliegues del Libro y accedemos a la pared del Montgrós, vertical al principio y luego inclinada hacia adelante.
Dos largos de escalada sencilla nos dejan en la cima. Allí la vista es imponente. Al oeste un bosque de agujas redondeadas se alza: es toda la región de Agulles. Bloques gigantéscos hacen equilibrios imposibles en alguna de sus cimas. Otras, como el Loro, se inclinan de tal manera que parecen aguantarse por un soplo. Detrás suyo las cimas polvoreadas de nieve del Pirineo. Al este las nubes pasan corriendo por encima de la cima de St. Jeroni, van a tocar la antena que hay antes del Montcau y se elevan en la inmensidad del espacio.



La cima del Montgrós es un ancho y alargado lomo pedregoso que va de sur a norte. En un hito alguien ha puesto un tiesto boca abajo con un belén pintado. Es tradición de muchos centros excursionistas en Cataluña llevar un belén a alguna cima en Navidad. Yo mismo lo hago con mis hijos hace algunos años.
El aire gélido nos azota en este lugar abierto, sin protección alguna. Nos quitan las ganas de disfrutar del paisaje, incluso del brillo del mar al sur. Nos vamos al norte, a buscar un lugar más resguardado, bajo la Roca Plana dels Llamps.



Allí doblamos la cuerda, ordenamos el material, nos ponemos las zapatillas de deporte y descendemos por una senda que, hábilmente, nos lleva rodeando la Salamandra, por estrechos pasajes, hasta el torrent del Migdia, del cual partimos por la mañana. Aún nos queda tiempo de admirar la Talaia (la Atalaya), un grupo de agujas adosadas que se yergue en pleno centro del collado, como dispuesta allí para vigilar ambas vertientes.



Bajamos al sur, siguiendo el lecho seco del torrente que, con tiempo, debió excavar este gigantésco tajo en el macizo. Árboles caídos nos hacen buscar el paso más sencillo a un lado u otro: son los restos de las últimas grandes lluvias, que arrastraron todo lo que encontraron a su paso. Pasamos un abrigo sencillo, rudimentario: un gran bloque crea un hueco protegido. Han hecho un muro de piedra apilada y extendido hojas secas en el suelo. Un poco más allá, un hogar con una parrilla y el trazo oscuro en la roca que habla de noches junto al fuego.
Vamos descendiendo mientras comentamos las incidencias de la escalada. A nuestra derecha Jota me indica la cara este del Plec Superior que acabamos de escalar: un interminable paredón con grandes agujeros se alza en total verticalidad hacia las nubes.
Con la charla nos despistamos y nos saltamos el hito que marca el desvío al camino de los franceses. Al cabo de un rato más de andar Jota observa que no le suena el camino y volvemos atrás. Hallamos el cairn y enfilamos la senda buena. De vez en cuando nos vamos girando, contemplando el hermoso lugar del que salimos, digiriendo aún la escalada, contentos y cansados. Más contentos que cansados. Quizás pensamos que qué hemos hecho para merecer algo así, este lugar, este día luminoso, esta escalada tan bella. Tal vez nada. Tal vez no tengamos que haber hecho nada para merecerla, estaba ahí. Un proverbio zen dice: " Si comprendes, las cosas son como son. Si no comprendes, las cosas son como son."


St. Jeroni desde el Montgrós


Agulles


El Loro  y el Frare Gros


Els Flautats, St. Salvador y la Prenyada