martes, 17 de enero de 2012

ARISTA ARCARONS en MONTSERRAT. (5-12-2011)



A mediados de los años 70 un grupo que se conocía como los Piratas empieza a marcar un rumbo diferente en la escalada montserratina. No fueron los únicos que plasmaron en la roca una manera diferente de hacer las cosas, pero sí los más representativos. Se caracterizaban por ser muy jóvenes, alrededor de los 20 años, vestir un jersey negro con una franja blanca y llevarse consigo los pitones al repetir las vías clásicas de la época: de ahí lo de piratas. Al acabárseles las vías antiguas comienzan a abrir nuevas vías animados por un espíritu distinto a lo convencional en la escalada. Hay que decir que lo convencional representaba aprender de los mayores las técnicas clásicas de pitonaje y burilado, muchas veces en progresión artificial, con mucha paciencia, e ir repitiendo los trazados para coger experiencia. Pero estos jóvenes autodidactas querían aprender rápido y no seguir el camino trillado: aspiraban a forzar en libre los grados de las vías ya abiertas en artificial; podían y debían escalar más rápido y mejor que sus predecesores. Comienzan, algo que no se había hecho hasta ahora, a entrenar para conseguirlo. Asisten a la llegada de los primeros pies de gato que revolucionan el mundo de la escalada con su ligereza y adherencia. Aparece el 8, la fifi, las primeras y toscas cintas exprés, los más seguros arneses de cintura… a lo largo de esa década y la siguiente. Los Piratas emplean paulatinamente todo ese nuevo material y lentamente comienza a fraguarse aquí la filosofía de la escalada limpia, ya practicada en Inglaterra y Estados Unidos. Llegan además los “nuts” del mundo anglosajón ( “tuercas” porque eran lo que se encastaba literalmente al principio, luego evolucionaron a los modernos bicoins y tascones). Estos jóvenes escaladores se rebelan contra las técnicas del pasado y rompen con la tradición: sustituyen con nuevos artefactos a los buriladores y primeras expansiones y protegen la escalada de una caída con estos encastadores que son retirados por el o los segundos de cordada. Dificultad y exposición les caracterizan.
Llega un momento en que la inventiva y la originalidad dan paso a casi cualquier cacharro que pudiera ser ideado para colocar en una fisura y asegurarse: tuberías y gatos de coche son alternados con los más ortodoxos buriles y tacos de madera para superar los pasos más difíciles. Se apura el grado hasta límites insospechados y se condena la perforación innecesaria de la roca.
Toda esa nueva manera de escalar proviene especialmente de los Estados Unidos, concretamente de Yosemite, donde ya hacía años que se practicaba ese tipo de escalada. Se introduce en España gracias al libro Climb!, de Bob Godfrey y Dudley Chelton  que sorprende a los escaladores monserratinos por el uso del magnesio, la superación de grandes techos en escalada libre y el encordamiento a la cintura. En la revista “Mountain” los Piratas ven a Ray Jardine escalando un famoso techo llamado Separate Reality ayudándose de unos artilugios con levas llamados friends de su invención. Esos jóvenes piratas, contestatarios y desafiantes, adoptan el nuevo estilo y dejan además de nombrar las vías con el nombre de su sección de escalada o el de los primeros ascensionistas e introducen las referencias a sus ídolos musicales o de otro tipo. La rebelión se palpa en los nuevos nombres: Electric Ladyland, Easy Rider, Magic Stones, Cósmica, Flipp Matinal…

Nombrar los componentes del grupo de los Piratas es como recitar algunas de las más bellas vías de escalada de toda Cataluña y sus aperturistas: Joan Altamira "Araña", Miquel Arcarons, Armand Ballart, Pere Camins, Josep Carbonell "Buril",Germán Folch, Joan Carles Grisú, Sergi Martínez, Claudi Mena, Fredi Parera, César Pérez Hurtado, Antonio García Picazo, José Rodríguez "Rodri"…entre otros.

 Dentro de su filosofía se enmarca el abrir vías de dificultad al estilo clásico. Éste es el caso de la arista Arcarons, ascendida el 1 de noviembre de 1978 por S. Martínez, J. C. Grisú. A. Ballart, J. Borrut y M. Homs. La vía pronto cobra renombre y se reviste de una aureola de misterio que hace que su ascensión se haga con mucho respeto. La razón no es su dificultad, un V+ monserratino, sino la escasez de seguros fijos y la poca opción de autoasegurarse incluso recurriendo a los locales merlets. Eso corre de boca en boca. La verdad es que a pesar de ser una vía mítica, a lo único que hay que temer es al miedo imaginario: la realidad de la vía es sencilla encarada con un poco de frialdad.



Ya el lugar es una auténtica maravilla. Cuando se asoma la nariz al collado de l’Ajaguda (la aguja Recostada, aquí cada aguja tiene nombre propio) ya se percibe la delicia del lugar al que nos abre las puertas dicha escalada. Delante nuestro un valle escondido en mitad de la sierra, labrado por el agua del torrent del Migdia. En sus flancos, la Cajoleta con la Petita Arán y otras innumerables agujas o farallones colgando de los balcones de las mirandas. Al fondo, recortados contra el cielo, como delimitando un espacio escondido que de tan magnífico parece irreal, los Ecos y la cima de Sant Jeroni. A nuestra izquierda mirando al Norte se yergue una mole rocosa redondeada, el Half Dome catalán, el achaparrado Montgrós. A su lado, sin necesitar explicación, la formación dels Plecs del Llibre (Los Pliegues del Libro). Hasta un niño relacionaría ese nombre con esas peñas. A la derecha, el camell de Sant Jeroni, también fácilmente reconocible por su nombre. Todo es adecuado y sencillo de nombrar aquí.
Eso si llegamos por el Sur, como hicimos nosotros. Si llegamos por el Norte, tras una buena subida el collado de Migdia nos abrirá las puertas de un barranco solitario rodeado de agujas esbeltas que nos harán levantar la cabeza. Tendremos que descender por un espeso bosque de encinas, tejos y bojes para encontrar la cerrada senda que nos conduce a los Plecs del Llibre. Allí, mirando hacia lo alto, veremos una redondeada arista rocosa empinada que surca el espacio como si fuera la columna que sujeta el cielo. Justo por ahí sube la arista Arcarons, sin salir nunca del camino más sencillo, obvio y lógico. En esta escalada la intuición y el sentido común van completamente de la mano desde la base hasta la cima.



Mi compañero Jota y yo nos ponemos a lo nuestro, que es escalar. Tras más de hora de aproximación por el camino de los franceses ya teníamos ganas de ponernos los pies de gato. La vía está reequipada con parabolts respetando los antiguos seguros: donde había un antiguo buril se ha puesto un nuevo seguro. Encara él el primer largo algo inquieto porque la primera anilla se ve muy alta: es lo que tiene venir a hacer vías de los Piratas. Asciende la arista por su izquierda ayudándose de una fisura que delimita el siguiente Pliegue del Libro. Coloca un friend en un hueco y asciende hasta un saliente donde encuentra un primer seguro, anterior al que habíamos visto desde el pie de vía. Ya más suelto aborda el resalte rocoso con solvencia hasta ver la primera reunión, que monta en un plis-plas.



La cuerda sube hasta mi extremo, atado al arnés. Sopla un viento frío y molesto aunque la roca está tibia del sol de la mañana. Le alcanzo y hablamos: si sigue soplando puede desequilibrarnos más arriba. Decidimos seguir otra tirada y allí pensaremos que hacer. Puede más la voluntad que la incerteza.
El segundo largo comienza con un flanqueo a la derecha, se asciende, una ligera curva a la izquierda y una buena tirada por el centro del espolón con un par de seguros. Coloco el alien rojo y el camalot lila además. Subo tranquilo, constatando la solidez de la roca, cada piedra está fuertemente anclada al cemento que une el conglomerado. La pared es abrasiva, adherente, caliente al tacto, parece viva. Los dedos la envuelven con suavidad y fuerza, buscándo la mejor manera de aferrarse a ella, como una caricia firme. Voy mirando los cantos, cada uno distinto, de materiales diversos, desde pequeños garbanzos de cuarzo blanco hasta grandes bolas granuladas de arenisca. Todos sirven para poner la afilada punta de mis zapatos o las yemas de mis dedos y apuntalarme suavemente para ir subiendo.



Canto reunión y recupero la cuerda. El aire ya no me molesta, y no sé porqué pero tengo la certeza de que haremos cima. Vuelvo a tirar yo, hemos intercambiado largos con Jota, tras un breve lío con las cuerdas. Subo por el tobogán convexo que es todo el espolón del mismo modo que he ido haciendo hasta ahora: lentamente pero sin pausa, con pasos cortos, bailando con la roca a un lado y otro, ahora cogidos de esta mano, ahora de la otra. Me aseguro a la anilla y sigo moviéndome, como dos enamorados en la pista de baile, ajeno al cielo azul y las agujas que van quedando a mis pies.
Nubes despeinadas pasan cabalgando en la brisa. Sube Jota con eficacia y se une a mí. Ahora le toca a él.



Es un tramo vertical y fino que resuelve yéndose a la derecha y luego navega entre las rugosidades que emergen de la pared. Le cuesta ver la reunión porque está más a la izquierda del centro de la arista. Antes ha colocado un par de merlets enlazando las piedras que sobresalen con un aro de cuerda: él aprendió a escalar aquí, en Montserrat. Me reúno con él en la reunión algo después.
Saludamos a Vicky que nos ha acompañado todo el camino: la vemos pequeñita en el collado de l’Ajaguda. Nos quedan dos largos fáciles para acabar la vía, pero luego hay que leerse todo el Libro: crestear por encima de todos los Pliegues para ir a buscar el Montgrós, subir a su cima en un par de largos más y descender por su vertiente norte, donde está el camino.



Llego fácilmente a una reunión de buriles montada en una pequeña bauma (hueco) de la pared. Monto reunión en ellos y en uno de los dos paraboles cercanos que ayudan a superar la panza que nos dejará en la cima. En ese seguro y el contiguo han dejado dos mosquetones: alguien debió rapelar la vía por las razones que fueran. Como aprendices de pirata nos los repartimos y llevamos. Eso dice la ley no escrita de la escalada: todo lo que encuentres en la pared olvidado por otros ascensionistas es tuyo. Jota supera la última dificultad y llega a la cima siguiendo el camino más fácil, que lleva a la derecha de un desplome. Me reúno con él y nos felicitamos por la vía conseguida.


 Para descender nos acordamos de que algunos libros llevan un cordel para marcar la lectura y usamos nuestra cuerda para descender del libro. Lo que hacemos es rapelar hasta una primera brecha, que separa el lomo superior de los pliegues siguientes.
Ascendemos unos metros por dentro de la hendidura hasta un árbol. Monto reunión y aseguro a Jota, que se va cresteando hacia el este. La operación se repite a la inversa: el monta reunión en una sabina, unos metros más allá y me asegura mientras me acerco a él, le adelanto y cuando encuentro dónde asegurarle volvemos a empezar.
La cresta no es muy larga ni muy aérea, pero toma su tiempo encontrar el camino adecuado, a veces por el amplio filo, otras más a la derecha.
Superamos de ese modo todos los pliegues del Libro y accedemos a la pared del Montgrós, vertical al principio y luego inclinada hacia adelante.
Dos largos de escalada sencilla nos dejan en la cima. Allí la vista es imponente. Al oeste un bosque de agujas redondeadas se alza: es toda la región de Agulles. Bloques gigantéscos hacen equilibrios imposibles en alguna de sus cimas. Otras, como el Loro, se inclinan de tal manera que parecen aguantarse por un soplo. Detrás suyo las cimas polvoreadas de nieve del Pirineo. Al este las nubes pasan corriendo por encima de la cima de St. Jeroni, van a tocar la antena que hay antes del Montcau y se elevan en la inmensidad del espacio.



La cima del Montgrós es un ancho y alargado lomo pedregoso que va de sur a norte. En un hito alguien ha puesto un tiesto boca abajo con un belén pintado. Es tradición de muchos centros excursionistas en Cataluña llevar un belén a alguna cima en Navidad. Yo mismo lo hago con mis hijos hace algunos años.
El aire gélido nos azota en este lugar abierto, sin protección alguna. Nos quitan las ganas de disfrutar del paisaje, incluso del brillo del mar al sur. Nos vamos al norte, a buscar un lugar más resguardado, bajo la Roca Plana dels Llamps.



Allí doblamos la cuerda, ordenamos el material, nos ponemos las zapatillas de deporte y descendemos por una senda que, hábilmente, nos lleva rodeando la Salamandra, por estrechos pasajes, hasta el torrent del Migdia, del cual partimos por la mañana. Aún nos queda tiempo de admirar la Talaia (la Atalaya), un grupo de agujas adosadas que se yergue en pleno centro del collado, como dispuesta allí para vigilar ambas vertientes.



Bajamos al sur, siguiendo el lecho seco del torrente que, con tiempo, debió excavar este gigantésco tajo en el macizo. Árboles caídos nos hacen buscar el paso más sencillo a un lado u otro: son los restos de las últimas grandes lluvias, que arrastraron todo lo que encontraron a su paso. Pasamos un abrigo sencillo, rudimentario: un gran bloque crea un hueco protegido. Han hecho un muro de piedra apilada y extendido hojas secas en el suelo. Un poco más allá, un hogar con una parrilla y el trazo oscuro en la roca que habla de noches junto al fuego.
Vamos descendiendo mientras comentamos las incidencias de la escalada. A nuestra derecha Jota me indica la cara este del Plec Superior que acabamos de escalar: un interminable paredón con grandes agujeros se alza en total verticalidad hacia las nubes.
Con la charla nos despistamos y nos saltamos el hito que marca el desvío al camino de los franceses. Al cabo de un rato más de andar Jota observa que no le suena el camino y volvemos atrás. Hallamos el cairn y enfilamos la senda buena. De vez en cuando nos vamos girando, contemplando el hermoso lugar del que salimos, digiriendo aún la escalada, contentos y cansados. Más contentos que cansados. Quizás pensamos que qué hemos hecho para merecer algo así, este lugar, este día luminoso, esta escalada tan bella. Tal vez nada. Tal vez no tengamos que haber hecho nada para merecerla, estaba ahí. Un proverbio zen dice: " Si comprendes, las cosas son como son. Si no comprendes, las cosas son como son."


St. Jeroni desde el Montgrós


Agulles


El Loro  y el Frare Gros


Els Flautats, St. Salvador y la Prenyada


martes, 8 de noviembre de 2011

CLÁSICA SURESTE AL MIDI D'OSSEAU.- OCTUBRE 2011

CLÁSICA SURESTE AL MIDI D’OSSEAU (2 y 3/10/11)

En ocasiones cuando los niños y mi mujer ya duermen salgo de la habitación con el frontal, sin hacer ruido, los arropo y voy al despacho. Me echo por encima algo que encuentre para no coger frío. Enciendo la lámpara de la mesa, de luz tenue, y escalo en casa.

No es que suba por los tabiques. Leo y me preparo para cuando surja el momento oportuno. ¡ Cuántas ascensiones realizadas de ese modo, casi a oscuras, acompañado por los ruidos de los camiones de la basura! Vignemale, Ordesa, el Midi, Marboré, Maladeta….son algunos de los lugares donde he escalado de noche. Una escalada literaria que me lleva a los viejos tiempos, cuando se abrieron las primeras rutas en esos macizos, ahora grandes clásicas. Líneas de ascenso halladas por los pioneros de la escalada, que tuvieron la iniciativa y voluntad de buscarlas y creerlas posibles.

En la obra Las cien ascensiones más bellas de los Pirineos de Patrice de Bellefon se incluye la vía Sureste a la punta Jean Santé. Una ruta que, más de cincuenta años después de su primera ascensión, continua siendo uno de los trazados más elegantes y astutos para salvar la pared. Una línea semicircular que va a buscar un sistema de fisuras que conduce a lo alto de la muralla de Pombie. Una ruta variada, con placas, fisuras y chimeneas en la que la escalada es sostenida, soleada, sobre buena roca. La vía no es muy exigente, en torno al Vº grado, ideal para un primer contacto con la montaña. Aun así, no hay que confiarse. Estando como está en mitad de la divisoria pirenaica los cambios de tiempo pueden ser bruscos. No se puede depender de los anclajes fijos. Llevar una buena reseña es imprescindible para hallar el rumbo entre las paredes verticales. No hay que subestimar la longitud ni un cierto compromiso: un abandono puede ser comprometido y el descenso, con la ruta en el bolsillo o no, es francamente complicado.

Todo eso lo dicen los libros, las guías, los que han ascendido previamente. Estudiadas están las fotos que he podido conseguir, situadas en los pasos concretos. Así conozco la vía de la misma manera imperfecta que el que dice conocer Londres por haber estado frente a Buckingham Palace, en la abadía de Westminster, en Trafalgar Square y en Picadilly. Lugares aislados que aparecen al surgir de una boca de metro, al abrir un libro. No quedan encadenados en una secuencia por que no se han pisado las calles, no se ha conocido con la suela de los zapatos.

El estudio de la vía ya se hizo en esas noches silenciosas, tranquilas. Ya está digerida, el reto asumido, tan solo falta poner en práctica con los dedos lo aprendido en los libros y plasmarlo en la roca.

Aparece la ocasión. Un verano tardío. En julio hizo fresco y llovió, en agosto llegó el calor y éste se ha venido estirando. “Con este tiempo tan bueno vamos a poder escalar algo en Pirineos” me dije a principios de octubre. Me puse a pensar. El recuerdo de lo leído tiempo atrás surgió naturalmente, sin voluntad propia. Igual que vuelven los recuerdos de tu infancia cuando te haces padre. Una llamada telefónica para buscar compañero de cordada y ya están lanzados los dados.

El Midi d’Osseau es una montaña bicéfala imponente. Se encuentra en Francia, asomándose a la frontera española del valle de Tena. Vale la pena acercarse al Portalet, girar el cuello y ver su mandíbula de pez asomar entre las nubes. Tanto ella como el cercano Anayet son los restos de antiguas calderas volcánicas. Tiene una roca singular, la andesita, similar al granito, algo menos abrasiva y adherente, pero con alegres tonos pardos y rojizos. La roca abunda en fisuras y líneas de gran belleza. Es sencillo autoasegurarse en estas grietas con friends y tascones. Es por ello, y por el cuidado que se ha tenido en protegerla, que la escalada aquí tiene un marcado carácter desequipado. No hay expansiones, hasta los rápeles se hacen sobre bloques encintados o clavos.

Así subieron los primeros escaladores, aquí y en otros lugares. En el principio de los tiempos de la escalada los ascensionistas estaban locos o eran unos iluminados. Subían con un material rudimentario, precario, insuficiente y peligroso. Se encordaban directamente al cuerpo. Una caída de más de cinco metros podía ser una muerte segura, o por la caída o por la asfixia posterior si no eran rápidamente socorridos. Sin embargo, abrieron las líneas más obvias, sencillas y lógicas: los sistemas de fisuras, las aristas y pilares. Los nombres de esas primeras vías eran tan lógicos como el camino seguido: Arista Este, Diedro Sur, Espolón Central… Más adelante, con la existencia de los centros excursionistas y de montaña se honra al club nombrando la vía con las siglas de la sección de escalada a la que se pertenece: CADE, GAM, GEDE, SAME …Comienzan a aparecer los nombres de los primeros ascensionistas en los nombres de la vía, formándose así parejas de nombres respetados: Rabadá-Navarro, Anglada-Guillamón, Cerdà-Pokorski, los hermanos Ravier…

Precisamente esos hermanos inventan el pirineísmo moderno alrededor de la década de 1950-60. Trazan en todo el Pirineo y concretamente en el Midi las líneas más bellas y lógicas: la Sud-Est, la Sud-Est directe, la directíssime Sud, l’Eperon Est, l’Eperon Nord del Petit Pic y la magistral Pilier de l’Embarraderre. En la actualidad esas rutas no han perdido su vigencia: se repiten habitualmente y se han convertido en grandes clásicas. Son como una buena película, poema o canción, que permanecen por mucho que pase el tiempo. Sobreviven porque aún tienen un mensaje que continúa vigente. Es válido aunque cambien los tiempos.

La luz del sol empieza a naranjear. Es sábado alrededor de las seis de la tarde. Estamos aparcados donde nace el sendero que nos ha de llevar al refugio de Pombie. Cargamos ropa, material y comida en las mochilas. El anticiclón tiene al sol clavado en el cielo, sin una nube, como la tele nos pega al sofá.
Ascendemos por una senda bien marcada a un collado que nos abre la perspectiva del refugio, a sus pies un pequeño lago y a su espalda la inmensa mole rocosa de la montaña que queremos ascender. Buscamos, con la luz  oblicua de la tarde que resalta perfiles en la roca, la línea que mañana trazaremos en la pared para intentar hallar puntos de referencia: situamos una parte central con grandes escalones grises y la cima de la aguja, desde donde deberemos flanquear la montaña hacia la izquierda para descender por la enorme canchalera que la limita a sus pies. El resto, terra incógnita.

En el refugio nos atienden amablemente: nos señalan nuestras camas en las habitaciones comunitarias. Dejamos las cosas preparadas para el día siguiente y bajamos a buscar información. Una de nuestras dudas es el descenso: por un sistema de rápeles o destrepando por las viras. Nuestra intuición era buena: nos informan que la línea de rápeles se ha desmontado por los problemas y rescates necesarios debidos a los líos de cuerdas entre cordadas que ascienden y descienden. Hace cosa de un mes que el descenso de las viras ha quedado reforzado con cordinos en puentes de roca para marcar el camino y clavos. Nos dejan ver una hoja con una serie de fotografías que marcan el descenso claramente en imágenes. Verdaderamente es de gran ayuda. Sin embargo, a nosotros no nos hizo falta.

















Cenamos temprano y leemos el libro de piadas del refugio para ver qué dicen otras cordadas.  Encargamos el desayuno a las 6 para estar a las 7 en marcha y comenzar a escalar con las primeras luces. Establecemos la estrategia para el día siguiente que será la que sigue: Despertarnos, desayunar, ir ligeros a la vía para que no se nos adelante ninguna cordada, localizar el comienzo, saber seguirla y equiparla, mirar el cielo por el rabillo del ojo, encontrar la ruta de descenso por las viras y volver al suelo. Si ocurre un imprevisto haremos caso del manual de los imprevistos que dice que, por definición, los imprevistos no se pueden prever. O sea que según se vaya viendo así se irá haciendo.

He ahí nuestra hoja de ruta.

Pi-pi-pi-pi. Despertador y arriba. Salimos de los primeros del cuarto. Desayunamos mientras llega el alba. Cogemos los cacharros y las cuerdas y, con la luz del frontal, hacemos el corto camino a pie de vía. Allí, por menos de un minuto, se nos adelantan unos franceses. Habían sido más previsores que nosotros y el día antes habían ido a localizar el comienzo de la vía. ¡Liberté, egalité, fraternité y una mierda!. Nos toca esperar.

Esperamos a que suban para ponernos en marcha. No hace nada de frío para la hora que es, más bien parece que vamos a pasar calor a lo largo del día.



Por fin Jota se pone en camino. El largo es fácil y en nada canta reunión. Recupera cuerda, maniobra que haremos muchas veces en el día. Le sigo. La roca es buena y hay dónde poner las manos, es una trepada casi asequible para niños. Le alcanzo, me pasa material y le adelanto. Me toca hacer un flanqueo a la derecha con un paso aéreo. Destrepo un poco y enseguida llego a terreno fácil. Monto la reunión junto a los franceses. Al ir bien surtidos de friends, podemos montar reunión casi donde queramos, por la cantidad de fisuras fiables que presenta la roca. Vamos cogiéndole el tono a la ascensión: escalada fácil, camino lógico, muy pocos seguros fijos, reuniones al gusto. La cordada de franceses encabeza el recorrido y nosotros vamos pegaditos a ellos, pero sin incordiar. Así nos hacen el trabajo de ir encontrando la ruta.
En el largo siguiente Jota se despista y se va por un diedro hacia arriba: es un tramo en el que se flanquea y asciende a la vez y al no haber seguros puestos no está del todo claro por dónde va la ruta. En cuanto ve a uno de los franceses, más a la derecha, endereza y retoma el buen camino. Al llegar yo a la reunión comentamos que tal vez no hay mal que por bien no venga: los franceses nos marcan la ruta y no nos están haciendo ir lentos, nuestro ritmo es muy similar. El que me toca a mí de pareja (al irnos los componentes de ambas cordadas sucediéndonos en los largos, yo siempre coincido con el mismo francés en la reunión) es mayor, tendrá unos 50 años largos. Es el que mejor sabe orientarse de los dos, encuentra la ruta fácilmente y se desespera cuando su compañero se pasa un rato explorando. El otro es más joven y fuerte. No llevan tanto material como nosotros y aseguran pasando una baga a un gendarme o empleando los clavos de las reuniones. La cordada española está más equilibrada y por eso a menudo esperamos un breve rato hasta que nos dejan el camino libre. Charlamos con ellos, nos preguntan dónde escalamos habitualmente, compartimos algún bocado.



Tras los primeros tres largos de flanqueo horizontal la cosa se pone vertical y bonita. Lidero en un corto diedro con movimientos precisos y llego a una repisa-oquedad en la que monto reunión según sale el francés. A la vez otra cordada nos viene por detrás. Jota me alcanza en un suspiro y se prepara para las primeras dificultades serias de la vía. Una placa fina de V+ nada más salir de la reunión a la derecha y luego unas gradas grises con una estrecha fisura para asegurarse. Encabeza Jota sin más y en dos movimientos supera la placa.



El resto del largo, de 40 metros, ya le lleva algo más de tiempo. Éste es el lugar que vimos ayer desde el collado, la serie de escalones grises gigantes que conducen, mediante una línea de fisuras, a la parte superior de la pared, trazando un semicírculo. Cuando le sigo descubro la belleza de la tirada, con movimientos de suavidad en la placa y a continuación con empotramiento de dedos en la fina fisura posterior.



El largo está asegurado con friends, alguno en mal estado, que se quedaron encastados en la breve fisura, sin poder ser recuperados por su propietario. Éste largo y el siguiente son, creo yo, los más bellos de toda la escalada. El siguiente es una bavaresa atlética, protegida por varios pitones. La fisura asciende recta y vertical, la asciendo con el peso del cuerpo hacia un lado, las manos aferradas al borde de la roca y los pies en la cara plana del otro lado de la fisura. Cuando sabes posicionarte, cuesta más explicarlo que hacerlo. Los pies van buscando las más mínimas rugosidades de la roca para usarlas como apoyo, las manos engarfiadas en el borde rocoso procurando tener tanta superficie como sea posible en contacto con la roca. Salto una posible reunión para ir hasta la siguiente. La fisura asciende ya más amable y luego encuentro una repisa cómoda en la que está mi compañero francés. Con un tascón abandonado que encuentro, bien encajado en la fisura, y un friend monto reunión para asegurar a mi compañero en una repisa dos metros más abajo. Recojo los casi 60 metros de cuerda que hay entre él y yo.



Jota me alcanza rápidamente. Esta vez a los franceses les cuesta más encontrar la ruta. El francés mayor grita a su compañero si pasa algo, en un par de ocasiones nos hace callar porque cree oír sus voces. Por fin, cuando la cuerda sube retorciéndose como una serpiente, se pone en camino. Luego, dejándole un margen, le sigue Jota. Hay un paso ligeramente desplomado en el que la roca nos echa hacia atrás y nos cuesta un esfuerzo hacerlo. La ruta ya no está tan clara aquí, los diedros y fisuras se multiplican y cualquiera de ellos podría ser el camino bueno.  En un diedro bien tieso, en un largo bien largo, después de haber asegurado a Jota subo con movimientos precisos y sólo por que la cuerda me marca el camino cojo a tiempo una pequeña repisa a la izquierda que me lleva a la reunión.  Jota me dice lo mismo cuando llego junto a él.  ¡Qué bien nos están yendo estos franceses!. “Allons enfants de la patrieeeee…..!! cantamos para animarlos. Si nos oyen, esta vez ya han partido de la reunión, se creerán que estamos chalados. Me afano en recoger material y seguirlos de cerca. Una tirada más fácil. Al largo siguiente, éste de Jota, vuelve a pasar lo mismo. El francés joven que se demora, el mayor que desespera, por fin tiran. Jota les sigue, a mitad de un diedro, sin señales de ningún tipo, la cuerda se va bruscamente a la derecha y sale del diedro a buscar un espoloncito por una vira estrecha. Nunca hubiera sabido que la ruta iba por ahí si la cuerda no me lo hubiera dicho. Yo, obediente, la sigo. Ésta vez, al encontrarnos, no cantamos. Los franceses están reposando y comiendo algo dos metros a nuestro lado.
Estamos en la décima reunión de nuestro croquis del Luichy. Nos quedan un par de largos fáciles por una chimenea a la izquierda y luego un estirón de piernas. Eso hay que hacer subidos a la aguja a la que llegaremos, para poner, con las piernas bien abiertas, un pie en la cima de la aguja y otro en la pared que continúa ascendiendo. A este simpático movimiento los franceses le llaman “enjambement”, que no quiere decir “estirar la pata” a menos que te caigas, sino “zancada”.



Tras el reposo y recuperar fuerzas seguimos ascendiendo. Son las dos del mediodía, la mañana se ha pasado en nuestro quehacer de ir subiendo. Asciendo yo un primer tramo fácil, pero luego la chimenea se estrecha y debo superar un bloque empotrado afilado que tiene un cinturón de coche alrededor como seguro. “Han puesto un cinturón de seguridad…” le grito a Jota, pero apenas me oye desde abajo. Cuando llega nos reímos de la multa que le puso el gendarme al genio que se dejó el cinturón en lo alto de la montaña para asegurar la vía.
Lo que eran dos largos se convierten en tres y aun nos dan algo de guerra. Por fin, llegamos a la punta de la aguja Jean Santé, estiro la pierna y me elevo unos metros más por la cara de piedra de la montaña. Monto la última reunión de la ascensión unos metros a la izquierda, mientras los franceses descienden en rápel. Jota me sigue. Cuando llega a mi lado, chocamos las manos: ¡ascensión conseguida!.  Pero eso aquí no quiere decir nada. Estamos en mitad de la pared, sin ningún lugar al que ir. El descenso de esta pared es complicado, y tenemos por delante unas cuantas horas. Eso sí, los franceses ya han visto claro que les seguimos y les damos el papel de guías, sin atosigarlos. Parecen haberlo aceptado.



Rapelamos a una canal herbosa. De allí vamos uniendo viras y repisas, con algún paso aéreo, flanqueando la montaña hacia la izquierda. Tal y cómo nos recomendaron en el refugio, vamos encordados con una cuerda a 15 metros y el resto va en la mochila. La razón es que estamos atravesando todo el sector de escalada de la muralla de Pombie por lo alto y es importante que la cuerda, arrastrada por el suelo, no tire piedras. El primero avanza asegurándose a los cordinos y clavos que encuentra y cuando no queda cuerda monta una rápida reunión y asegura al que viene de segundo. Algún tramo es de ir por viras y repisas fáciles. Algún otro es muy aéreo y parece que estés escalando con todo el patio debajo.  Hacemos un corto rápel de dos clavos preparados  para descender a un espolón rocoso que nos conduce a otro sistema de repisas, más abajo y a la izquierda. Lo vamos siguiendo gracias a los cordinos y clavos puestos por los del refugio, que indican claramente el camino. No me habría gustado nada llegar aquí de noche, de hecho habría sido la noche del loro con total seguridad. Mejor esperar que descender por aquí a oscuras.



Otro rápel nos deja en una ancha repisa en la que sólo queda descender con cuidado por la piedra suelta. Finalmente, dos horas después, pegaditos a los franceses desde las siete de la mañana, a las cinco de la tarde tocamos suelo. Nos felicitan, los felicitamos, les agradecemos su acertado encuentro de la vía. Recogemos el material, doblamos las cuerdas y nos vamos para el refugio. Allí comemos algo, volvemos a saludar a los franceses, alegres ambas cordadas. Nos saluda la gente del refugio “¿Todo bien?”. Nos han ido siguiendo con prismáticos durante el día.
Un niño rubio despeinado juega con su madre mientras la luz del sol va descendiendo hacia el oeste. Unos momentos de pausa, tranquilos, sentados en la puerta. El cielo sigue azul, sin una nube, como lo ha estado todo el día. Las montañas se recortan hacia el este, iluminadas por el sol poniente mientras el valle se va llenando de sombras. Las afueras del refugio bullen de actividad a esta hora. La gente desciende de las cumbres y para a descansar o prepara las mochilas para partir. Los observamos en silencio. Tanto afán todo el día para ahora saborear intensamente estos momentos de calma.
Cargamos la mochila. Casi una hora de andar hasta el coche. Varias horas de coche hasta casa, ya de noche. Reto asumido y reto conseguido. Hemos subido (y bajado) la Sud-este al Midi.

lunes, 3 de octubre de 2011

ÁLBUM DE FOTOS: CARA NORTE DEL SUBENUIX.

Escalada realizada a finales de julio del 2011 por Bernat, Fer, Jota y Nick; subimos enlazando trozos de las vías G.A.M., Fernández-Molero y la salida directa de Joan Gelabert. 400 metros, V+, terreno de aventura. Juego de clavos variados, tascones y friends.


Foto 1: Una ruta, un anhelo, una visión. Bernat y la cara norte del Subenuix.


Foto 2: Caras como verdes prados. Ojos como lagos. Rostros que hablan en silencio, como el paisaje. Tan sólo hay que ser paciente para pescar en el fondo de las miradas. Ir sacando, despacio, el proyecto compartido o la ilusión presente en los rostros. A su debido tiempo subirán del fondo el anhelo y las dudas. La sincera determinación de ponerse a prueba, sin falsedad ni autoengaños. El aprecio mutuo.
 Así de abundante es la pesca entre montañeros.

Foto 3: Una pared vieja como el tiempo. Un dedo alzado indica la ruta a la vez que plantea una pregunta. La respuesta la da la propia montaña. Una gran sonrisa y el guiño de un ojo. La misma sonrisa que brilla en la cara del escalador. La montaña y él deben ser viejos conocidos.

Foto 4: ¿Por qué estamos aquí?
Para subir a la montaña. A eso hemos venido. Luego podremos contarlo u olvidar lo que suceda, pero será nuestro y nosotros seremos en ello. Por que allá donde posas tus manos queda algo de ti mismo. Allá donde fugazmente asimos la roca de la montaña nos deja impreso su espíritu.

Foto 5: Por encima de todo, una enorme sensación de pequeñez, de fragilidad, en esta inmensidad de montañas  y rocas, de lagos y estrellas… Me siento asustado al principio con esa presencia imponente de la naturaleza. Luego va pasando conforme me pongo en mi sitio. Posiblemente me creo más importante, mayor, en mi vida cotidiana: el trabajo, la familia, las responsabilidades… La magnitud de estos lugares y fuerzas me devuelve a la verdadera escala de mis minúsculos afanes diarios, de mi quehacer centrado en mi mismo. Una vez asumo lo poca cosa que soy, ya en mi lugar, vuelvo a formar parte del todo. La sensación de temor desaparece en cuanto tengo claro cuál es mi sitio en esta inmensidad.


Foto 6: ¿Hallaremos el camino? ¿Sabremos desentrañarle los misterios a la ruta? Y con eso…¿qué tenemos? ¿somos más fuertes, mayores, mejores personas?
¿Nos dará la cima algo que no hayamos subido nosotros? ¿ O no es la impronta de la cima sino el modo en que ascendemos, nuestros logros y renuncias lo que curten nuestro ser? ¿Por qué esperamos que una ascensión nos aporte algo? ¿No es suficiente fin en sí mismo? ¿Sabríamos subir sin esperar nada a cambio?

Foto 7: Roca eterna y vida fugaz. Dos estadios tan opuestos de la misma materia: tan frágiles y perecederos, con tantas posibilidades , tan vivos…tan compacta, permanente, imperecedera, la roca. Tan quieta, tan silenciosa. Cuando nuestros huesos se hayan deshecho continuará allí.


Foto 8: ¿Quién dijo que a  los agujeros siempre se cae? A veces hay que subir a buscarlos.

Foto 9: La cima, el logro. Aquí acaba parte de la tensión de la ascensión, que nos ha llenado subiendo. En lo alto de la pared, ya sin el abismo detrás, aparece el vacío interior que absorberá un próximo reto, el siguiente anhelo. Una línea de plenitudes y/o derrotas que jalonan nuestro camino. Renunciar al deseo sin explorarlo es negar el cambio. Pero medirlo, observarlo, auscultarlo para a veces aceptarlo y otras desecharlo es trazar una ruta en el mapa de la vida.


Foto 10: Hasta que no se ha bajado de la montaña no se ha acabado la escalada. Subirla no es más que la mitad de nuestro empeño. Al haber descendido, por fin, el descanso, la relajación. La broma fácil, la camaradería, el abrazo por el apoyo mutuo. La gestación de los recuerdos comunes.